"No me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación de todo aquel que cree". (Romanos 1:16)

mayo 28, 2004

Voluntad irrevocable

Las decisiones de Dios -salvo muy pocos casos con no vienen al caso- son definitivas. Por algo Él es Dios soberano.

Por lo menos, estamos seguros de dos cosas: "los dones de Dios son irrevocables, como lo es también su llamamiento" (Romanos 11:29).

Cuando Dios busca a una persona, esta no puede ocultarse de Él. Si el propósito divino es que aceptemos la gracia y sirvamos al dador de esta gracia de determinada manera, así será. Podemos retrasarlo todo el tiempo que queramos, pero finalmente caeremos a sus pies. La voluntad de Dios se cumple siempre. Con terquedad y soberbia sólo la demoramos un poco.

Con ese tiempo perdido, los que se perjudican somos nosotros, no Aquel para el cual "un día es como mil años, y mil años como un día", como dice 2º Pedro 3:8. Nosotros desperdiciamos la posibilidad de vivir una vida abundante, de paz y gozo. Nosotros nos perdemos la corona de vida que Dios nos tiene preparada si vivimos una vida de santidad ("bienaventurado el hombre que soporta la tentación; porque cuando haya resistido la prueba, recibirá la corona de vida, que Dios ha prometido a los que le aman"), como promete Santiago 1:12.

Por otra parte, los dones que Dios nos dio también son irrevocables. Nada ni nadie puede arrebatarnos el regalo que Dios, a través del Espíritu Santo, nos dio. Estos talentos y habilidades nos acompañarán el resto de nuestras vidas. Es, por ende, nuestra obligación descubrirlos y ejercitarlos, porque Dios nos va a pedir cuentas de lo que hagamos con ellos. Son parte de su manifestación en la tierra, son el atisbo más cercano a lo divino que poseemos. Cuanto más los desarrollemos, más cerca de Él estaremos.

El llamado y los dones de Dios son irrevocables. Aceptémoslos, entonces, y no demos más vueltas.