"No me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación de todo aquel que cree". (Romanos 1:16)

mayo 20, 2004

Los ojos fijos en Cristo

Debemos fijar nuestros ojos en Jesús.
Pablo dice, en el tercer capítulo de su carta a los Romanos, que no hay siquiera un sólo justo, sino que todos se desviaron del camino de Dios: "No hay temor de Dios delante de sus ojos", dice el versículo 18 (aquí la palabra temor implica reverencia, no miedo).

Cuando uno va caminando, va mirando hacia dónde va a dirigirse y dónde apoya sus pies, sobre todo si la superficie sobre la que se pisa es resbalosa o está llena de obstáculos. Delante de nuestros ojos está en primera instancia el camino y, finalmente, la meta a la que queremos llegar.
Si delante de nuestros ojos no está Dios, es porque estamos mirando hacia otro lado, y por consiguiente, es a otro lado a donde llegaremos.

Antoine de Saint Exupery dijo: “Si al franquear una montaña en la dirección de una estrella el viajero se deja absorber demasiado por los problemas del escalamiento, se arriesga a olvidar cuál es la estrella que lo guía. Si se mueve sólo por moverse, no irá a ninguna parte”.

Por no mirar a Dios al salir de Egipto, los judíos estuvieron dando vueltas en el desierto 40 años, en vez de sólo 10 días.
Esto mismo es lo que nos pasa a los cristianos cuando dejamos de ver a Dios y nos distraemos con las cosas del mundo.

Miremos, entonces, a Dios, que es la estrella más fiel que puede guiarnos en el trayecto que esta vida implica.